
Sobre la moto hay una velocidad a partir de la cual no existen rayas continuas ni discontinuas. No existe lo prohibido ni lo permitido. Simplemente estás tú y el asfalto ardiente, que será hollado de forma cruel por las estriberas de tu moto o por los rodilleras de tu mono al tumbar. En ese momento la ley eres tú.
Eras un subidón de adrenalina. Inteligente, femenina, pelo castaño claro, largo y suave, cintura apetitosa, atractiva. Pero lo que más me gustaba de ti era tu forma de moverte por la vida. Eras dura y estoica, irónica y desafiante, todo con diecinueve años.
Mono de cuero de colores. Botas y guantes de competición, casco réplica, bandana, ese trofeo que tantas veces me han pedido, al cuello. Mi moto, esmeralda o turquesa, impecables llantas negras de cinco palos, brillaba alegre, veloz y perfecta, bajo el sol del atardecer, por encima de las nueve mil vueltas.
Entraste en mi vida para darme la libertad sin juicios, para sacarme de la prisión en que había estado durante los dos años anteriores, para devolverme las alas. Contigo descubrí que la vida era posible más allá de aquellos muros.
Había quedado contigo en poco más de una hora y estaba todavía muy lejos de tu casa. Ya había pasado el puerto, rozando con los avisadores en cada una de las insuficientes curvas.
Estaba adelantando a dos vehículos, cuando uno de ellos inició su adelantamiento sin mirar por el retrovisor, dándome el tiempo justo de esquivarle y continuar la pasada por al arcén del carril contrario. En esto, una patrulla de tráfico apostada en la sombra, un agente uniformado dándome el alto.
Cuando te conocí llevabas un vestidito granate que dejaba ver a la perfección tus piernas… una promesa de lo que guardabas más arriba, debajo de tus bragas.
Así que me dije ¡¡A la mierda!! Apreté el puño del acelerador y vi cómo salían detrás de mí con la sirena puesta. Sabía que el coche nunca podría cogerme, pero tenía que darme prisa y desviarme antes de que pusieran un control.
Recuerdo el primer beso, una entrega total que me sorprendió, comiéndonos los morros, un día que estuviste a punto de no venir. Después, magreándonos en el portal de tu casa, en el rellano de las escaleras, y en tantos otros sitios prohibidos, agarrada a mí mientras yo te levantaba en volandas y te apoyaba en la pared para poder sujetarte mientras te follaba apasionadamente.
No me dio tiempo a buscar una escapatoria. Dos patrullas más me estaban esperando pocos kilómetros más adelante cortando el paso de la carretera. Los otros conductores no entendían el porqué de ese control. Yo sabía que era por mí. Lo único que me importaba era llegar a tiempo a nuestra cita. Me dio tiempo a girar cuando avisté el control. Eso no lo esperaban. ¡ja, ja, ja, ja! Pero tampoco yo esperaba que llamaran al helicóptero ¡Lo tenía encima y me seguía como una mosca!
También recuerdo cuando te quemaste el tobillo con el silencioso de la moto y ni siquiera emitiste una mueca de dolor. Observé después la marca acariciando tu pierna…
Por supuesto, me cazaron. Dije que no era culpa mía, que al que tenían que detener era al que me había echado al arcén contrario. Pero dio igual. Sanción por conducción temeraria y retirada de carnet. Me retuvieron un tiempo, pero no importó porque recuperé el tiempo perdido sobre la marcha.
Luego, lo que hubiera sido un error, casi pretendo rememorar aquellos momentos. Los dos lo sabemos.
Eres magnífica.
Va por ti. Y por ti aquella multa que sin duda repetiría…
A Angie