Su día
P. K. Colito, Pedro para su mujer y "papá" para sus dos hijas, Paulina de siete y Amanda de diez años, era un hombre sencillo, trabajador y afanoso en todo lo que hacía. Era conocido por su prudencia, y el cuidado y esmero que ponía en cada uno de sus actos. Detallista hasta el límite, siempre conducía por debajo del límite de velocidad, no cometía apenas infracciones y, como era de esperar en él, no movía el coche si no tenían puesto el cinturón de seguridad, él y todos sus ocupantes.
Pero aquel fatídico día de finales de diciembre Pedro olvidó ponerse el cinturón de seguridad mientras pensaba si el regalo de reyes para Paulina lo compraría en color naranja o verde, y que tenía que apresurarse, pues ya era casi la hora de cerrar. Era un despiste comprensible, pues el centro comercial al que se dirigía estaba a menos de dos kilómetros de su casa.
El camino era rápido y directo. Una avenida de cuatro o cinco carriles en la que el límite de velocidad era de cincuenta kilómetros por hora. Al fondo el semáforo estaba en verde, pero según se acercaba con su vehículo a cuarenta y tres kilómetros por hora el semáforo cambió al color ámbar. Era un semáforo que estaba en rojo cincuenta y ocho segundos de reloj. Un semáforo desesperante. Y Pedro pensó que por una sóla vez, si acelerara un poquito, le daría tiempo a pasar el semáforo justo cuando se pusiera en rojo.
Una sola vez fue suficiente para pisar a fondo el acelerador de su coche de segunda mano y poca potencia, de pintura gastada y matrícula desgastada. Suficiente para darse cuenta de que se iba a saltar el semáforo en rojo mientras a su derecha un camión se detenía. Mientras a su derecha salía un motorista que estaba oculto en el cruce tras la inmensa masa del camión. Mientras a su derecha una persona que circulaba correctamente con su pequeña motocicleta vivía sus últimos instantes de vida.
El coche volcó por el volantazo que dió Pedro K. Colito, suficiente para que se saliera por la ventanilla por la inercia del frenazo y seccionara su vida en tan sólo un instante, e insuficiente para evitar colisionar con el motorista.
En la esquela del periódico local, aquellos que la leyeron tan sólo se preguntaron qué significaba la K de su nombre...